En la Histoyre du Mechique, manuscrito del siglo XVI, se describe cómo dos dioses trasmutados en serpientes, unidos a una forma humana, constituyeron el poder originador de la tierra y el cielo; esto es, del universo.

Por otra parte, multitud innumerable de imágenes creadas por la antigua plástica mexicana, desde la olmeca en la figuración de rostros humanos, hasta la azteca en su Tláloc, su Tlaltecuhtli, su magna Coatlicue, malamente identificada como la imagen de la madre de Huitzilopochtli, representan con rasgos primordialmente naturalistas, la unión allí descrita: dos serpientes unidas a un ser humano.

Fundado en la interpretación de ese texto y en esas imágenes, he formulado una hipótesis acerca de nuestra antigua cosmogonía. A partir de esa hipótesis y de sus fuentes , el doctor en ciencias Octavio Quesada presenta ahora un trabajo que la profundiza y la extiende.

En tanto que yo usé para integrarla y darle fundamento la presencia de los sobredichos rasgos naturalistas, él ha reducido a meros signos, lo que aquéllos representan y ha descubierto que éstos se encuentran siempre como base y principio expresivo de nuestra antigua escritura realizada en piezas esculpidas.