Nuestra modernidad, sometida al predominio creciente de la razón instrumental y el conocimiento científico-positivista de la realidad al mismo tiempo que desimboliza las expresiones de la cultura inhibe su interpretación implicativa-afectiva y trae como resultado una realidad que al agotarse en lo dado, nada significa más allá de lo empíricamente comprobable.

Hora es ya de abrir la reflexión a este ámbito vedado por el pensamiento racional-instrumentalista devenido en nihilismo des-tructivo de los hombres y su entorno y de abrirnos a la significación simbólica, de aprender de nueva cuenta su gramática, su logos sensible.

El símbolo —palabra que procede del griego sym que indica un movimiento de reunificación de las partes separadas y ballein, lanzar— hacía alusión a un objeto cortado en dos, trozos de madera, cerámica, madera o vidrio; operaba también en la Grecia arcaica como fragmento de reconocimiento de una comunidad escindida. Acercando las partes, ambas podrían reconocer mas tarde sus lazos de amistad, hospitalidad, endeudamiento, entendimiento o afinidades, lo mismo se pensó en la imagen de un sueño completada en destino. Entraña pues en sí mismo la idea de unión y de separación, evoca una comunidad que ha estado escindida pero que puede reunirse, algún día. Vayan esta páginas como ""objeto lanzado"", que por lo demás es toda obra, con la esperanza de enlazar nuestros esfuerzos al mismo carácter mediador del símbolo