Pese a su nombre nahua -Ozomatli- el Río de los Monos bien puede considerarse el río maya por excelencia. En torno a su eje, acaso como en ningún otro, los pueblos mayances han interactuado desde hace milenios, y continúan haciéndolo. Frontera húmeda por antonomasia, los lomos de su cauce y aquellos de sus afluentes han visto pasar hombres, objetos e ideas de origen chontal, quiché, chol-lacand ón, pochutla, topiltepeque, mam, yucateco y quejache, a las que se sumaron ya en la época colonial elementos de estirpe maya-lacandona, kekchí y mestiza de hispano y, en los últimos siglos, tzeltales, tojolabales, chales, tzotziles, chujes y kanjobales. Toda una cascada de lenguas, individuos y expresiones culturales que manan de una fuente de clara filiación maya.

Río de sierras, de planicies, de selvas, de manglares, de sabanas y de pantanos, el Usumacinta y su cuenca son bien conocidos por biólogos y ecologistas, quienes han insistido, entre otras cosas, en su alta biodiversidad y en el papel primario que juega en la conformación de la reserva más importante de plantas acuáticas de lo que constituyó el área de la antigua Mesoamérica, a la vez que sitio privilegiado para el mantenimiento de aves migratorias o de fauna en extinción, así como para el desarrollo de pesquerías.