Los moluscos fueron animales muy apreciados por las culturas precolombinas de México. Desde tiempos remotos se colectaron en las playas o en las márgenes de ríos, lagos y lagunas, para servir como alimento y, en algunas ocasiones, sus exoesqueletos calcáreos se emplearon para elaborar herramientas; de igual manera, las conchas de determinados ejemplares muy valorados, fueron trasladados tierra adentro, para manufacturar ornamentos u objetos de culto religioso.

Las evidencias arqueológicas de lo anteriormente dicho no han pasado inadvertidas para los estudiosos de la antigua cultura maya. Ya desde 1969, E. Wyllys Andrews IV, en su obra pionera The Archaeological Use and Distribution of Mollusca in the Maya Lowlands, recopilaba la información de las especies biológicas de moluscos que habían sido reportadas para ese entonces en dieciocho sitios de la Península de Yucatán; planteaba las posibles rutas de intercambio que habían hecho posible la llegada de dichos recursos a las tierras bajas del norte y del sur; y discutía los diferentes usos que se había hecho de ellos (como ornamento, como alimento y como material para la fabricación de herramientas). Posteriormente, se ha continuado la investigación en aspectos tales como la identificación de especies, lo que ha servido para confirmar las rutas de intercambio planteadas o proponer nuevas; se han elaborado clasificaciones tipológicas de los objetos; se han hecho inferencias acerca de los niveles de especialización artesanal que existieron en la manufactura de las piezas; se ha planteado la existencia de niveles de aprecio por especies determinadas (algunas de alto y otras de bajo estatus), y se ha indagado sobre las significaciones que estos materiales tuvieron dentro de los sistemas de pensamiento.