En medio del barullo editorial que campea hoy día, obvio subproducto de una globalización que apela primordialmente al consumo indiscriminado y acrítico, el lector puede llegar a sentirse tan confundido como el navegante que se aventuraba a explorar mares ignotos y a mitad de camino advertía que su brújula había dejado de funcionar. A ese desconcierto contribuye el feroz bombardeo mediático, que orienta el gusto masivo hacia regiones que responden a intereses mercantiles y buscan superponerse a las zonas neurálgicas, ahí donde radica la verdadera literatura.



Ante este penoso panorama, el lector inquieto cuenta con una opción: recurrir al espíritu emprendedor del navegante y, en vez de someterse al capricho de vientos y mareas, diseñar con los elementos a su alcance una nueva brújula que lo ayude a ubicarse en el rumbo deseado.



Dejarse conducir por esa brújula, o lo que es igual, rendirse al influjo magnético de la buena literatura, es la dirección en la que apunta este viaje donde escritores de diversas latitudes y longitudes convergen en una suerte de geonarrativa.