A principios de la década de los años 80, los países de América Latina quedaron aprisionados en la trampa de la deuda externa. La elevación del precio internacional de los hidrocarburos y los pagos crecientes en concepto de intereses, originados por la súbita elevación de las tasas de interés, comprometieron grandes volúmenes de divisas que fueron conseguidas mediante préstamos de corto plazo concedidos por los bancos comerciales internacionales, que estaban provistos de abundantes disponibilidades financieras merced al flujo de cuantiosos recursos depositados por las naciones petroleras. Déficit externo y mayor endeudamiento fueron creando un círculo vicioso que condujo a moratorias generalizadas.

Con objeto de garantizar el reembolso de los adeudos a los bancos privados, el Fondo Monetario Internacional (FMI) intervino para llegar a arreglos con los gobiernos endeudados. Como paso inicial, recomendó programas de ajuste conducentes a reorganizar las finanzas de los países deudores mediante los cuales fuese posible restablecer las condiciones de estabilidad macroeconómica para reanudar el servicio de la deuda.