El mundo está en una encrucijada. Si bien las migraciones y lo que ellas conllevan son inherentes al devenir del género humano, hoy en día se han convertido en uno de los retos más grandes que tiene que afrontar el mundo globalizado. En Nuestra América lo resentimos todos, todos los días. Nuestros migrantes. Está claro, el flujo migratorio de los países pobres a los países ricos se disparó debido en gran medida a los ajustes neoliberales realizados a la economía mundial, que polarizaron más aún el planeta. Esa es la cruda realidad. Elaborar un concepto de América Latina y el Caribe que desborde los límites de las fronteras geopolíticas, para incluir a su población asentada en otras latitudes, implica reconocer al fenómeno migratorio como uno de los que más impactan a la región. Este es uno de los ejes de Archipiélago, plasmado desde los inicios en el logotipo de la revista, en el que aparece la línea quebrada de la frontera que nos separa de la otra América, la anglosajona, pero que a la vez nos integra con los millones de paisanos que habitan en aquellos territorios. Los orígenes de muchos de ellos se remontan a tiempos lejanos. En 1848, cuando México se vio obligado a ceder más de la mitad de su territorio a los Estados Unidos mediante los Tratados de Guadalupe Hidalgo, después de haber perdido la guerra declarada por su vecino del norte, la población mexicana que allí habitaba tuvo que asimilarse a la nueva nacionalidad, gestándose en su identidad un sincretismo. Con el tiempo serían reconocidos como "chicanos", cuyas manifestaciones culturales hemos recogido muchas veces en estas páginas, comenzando por el mismo número cero que publicamos en 1992, en el que aparece un cuento del connotado escritor chicano Jim Sagel.